Creencias, Mitos

Historia del Hacendado Edwin Ludeña
Edwin Ludeña era un hombre  muy respetado, estimado y conocido  en aquella provincia de Huanta. Vivía en Luricocha – Huanta en una casa con tres salas, una sala para recibir sus visitas hacia la puerta y otra sala de dormitorio en  la  parte trasera, y otra que era destinado para la  cocina. 
Edwin Ludeña tenía una hacienda en la selva – Palmapampa. El mayordomo y responsable de la hacienda era su ahijado, un joven trabajador,  inteligente  y responsable.
En cierta ocasión, como siempre lo hacía, Edwin Ludeña fue a ver su hacienda, mientras sus hombres trabajaban en diferentes labores, vino a recibir el mayordomo.

- Como va todo. Pregunto el hacendado.
- Bien, todo bien. Contestó el joven mayordomo. Como ves todos los hombres están trabajando.
- Veo que todo está bien, mañana voy a retornar. Dijo el hacendado. Para este fin de semana quiero que tomes mis caballos y lleves las frutales, alimentos y mis ganancias a mi casa en Huanta, ahí te estaré esperando.
- Claro, ahí estaré. Confesó el  mayordomo.

Edwin Ludeña montó a su mejor caballo y dio órdenes con  voz de autoría  a la marcha para el retorno. Durante el viaje sintió la fatiga, mal que aumentaba de peor en peor, motivo que cuando llego a  su casa en Huanta,  falleció.
Su esposa, una mujer aproximadamente 45 años de edad, no supo que fue lo que paso. Sabía que su esposo  fue en buen estado de salud a ver a su hacienda y ahora había vuelto muerto. Entonces la mujer dio aviso a sus familiares, vecinos y amigos lo que había pasado y que acompañaran para el velorio esa noche. Como Edwin Ludeña era un hombre abundante y conocido en el valle, fueron a verla y algunos se quedaron para el velorio en la noche.
Aquella noche fue intenso que otras noches normales, el viento soplaba desde diferentes angulos como queriéndose llevar al difunto, la lluvia que parecía amenazar la noche y los relámpagos golpeando los suelos. En ese momento  a las horas de la medianoche mientras están en velorio, se oyó un toque fuete en la puerta, todos se espantaron hasta que volvió a tocar otra vez como queriendo romper la puerta; entonces el portero salió cuidadosamente, cuando abrió la puerta vio dos sombras grandes parados que parecían policías, casi no se veían sus rostros porque la noche había aumentado su intensidad.

- ¿a quién están buscando? Pregunto el portero.
- Abranos la puerta, venimos por Edwin Ludeña. Dijo el policía.
- Acaba de fallecer, está muerto. Replico el portero.
- Tenemos órdenes y debemos entrar.  Dijo el policía, esta vez con un tono grueso y voz de autoridad.
- Debo avisar a la esposa del difunto. Dijo el portero sollozando de miedo y cerró la puerta para dirigirse hacia la sala del velorio.

 ¡Claro tenía amigos policías y autoridades! – dijo la esposa del difunto. Seguramente se enteraron de la muerte de mi esposo y vienen a visitarla, déjalos pasar. Así que el portero salió y abrió la puerta. Los policías pasaron hasta la sala del velorio con unos pasos fuertes y rectos, se situaron al lado del ataúd y dijo con una voz de autoridad: ¡levántate, Edwin Ludeña, tenemos cuentas que arreglar! Inmediatamente el muerto se levanto del ataúd y los policías tomaron de los dos brazos y sacaron de la casa. Los que estaban en velorio se espantaron y no pudieron hacer nada mientras el muerto se iba en alma y cuerpo. Cuando esto paso, la intensidad de la noche aumento aun mas, los vientos soplaron con una fuerza inexplicable desde todas partes y el  relámpago acompañado con la lluvia se lo llevaba al muerto. Después de un instante, todos fueron testigos: se oyó el grito de Edwin Ludeña lamentándose  y más allá detrás del cerro se escucho otra vez el mismo grito casi perdiéndose entre los cerros. 
Ya en la madrugada, los familiares fueron a la parte que se oyó el grito  a ver  qué fue lo que paso y encontraron pedazos del telar que el muerto llevaba puesto y siguiendo el camino encontraron más pedazos del telar que llevaba puesto. Tuvieron que enterrar esos pedazos para no quedar mal visto por el pueblo.
Pasados 5 días se alistan para festejar el quinto día.  El mayordomo de la haciendo había salido  de la hacienda para llegar a Huanta. Hay un lugar que los viajeros que acostumbran descansar par de horas, después de haber descansado el joven mayordomo continuo el viaje, poco después en el camino vio a su padrino el hacendado en medio de dos policías que iban  por el mismo camino en la dirección contraria.

- ¿Qué paso padrino? Pregunto el joven ahijado.
- Mis trabajadores de la hacienda me denunciaron. Contesto el padrino, cuéntale a tu madrina que busque la raíz del molle que está cerca a la casa, ahí encontrara una olla con mis ahorros y ganancias.  Dile que utilice para pagar mis deudas. Si lo hace eso quizás pueda salvarme.
- ¿y hacia donde te llevan? Pregunto otra vez el joven.
- Muy probablemente al lugar de Tawañawi. Contestó el hacendado muribundo, parecía haber recibido muchos golpes y castigos.
Cuando el joven llego a Huanta, en casa notó a su madrina que estaba de luto, pregunto qué fue lo que paso, esta le cuenta que su esposo había fallecido hace 5 días. Entonces el joven ahijado no lo creó,  dijo que había visto hace no mucho a su padrino llegar a tawañawi en alma y cuerpo. También le conto que buscara la raíz del molle y cancelara las deudas pendientes para que pueda salvarse.